AÚN SIGUE DE VIAJE
Van caminando de la mano, con los dedos entrelazados como las enredaderas que abrazan las fachadas de las casas al posarse la primavera. El lazo del amor sella sus latidos como la lluvia las raíces de un árbol que se asienta sobre la tierra para regalar sus hojas al campo. En los volcanes de Lanzarote parece descansar algo más que lava extinta. Arde el cariño en cada paso. Es su primera luna de miel y las miradas viajan por el paisaje como las nubes cual palomas blancas sobre un cielo siempre despejado y añil. Son cómplices de un paraíso en el que se detienen los relojes y las huellas de las ruedas sobre la carretera. Nada pasa, solo la ternura sobre los labios y los viandantes por las angostas calles.
- Carla, ¿Te lo estás pasando bien?
-¿Cómo puedes preguntarme eso? Me encantaría que me estrechases siempre la mano como ahora. Y siguiéramos viajando por el brillo de nuestras pupilas para siempre.
- Qué bonito
- Es la verdad.
Y no mentía. Aún parece seguir transitando aquellos parajes idílicos. Ya casi no puede entablar una conversación de dos oraciones seguidas. Mira ausente desde la ventana el paisaje urbano y solitario del barrio en el que vive desde hace algunos años con Tomás, su marido. Lleva ya algún tiempo morando solo los mundos inefables del recuerdo desde que el Alzheimer le robó el presente. Todavía no ha terminado de ponerse el anillo cuando Tomás la llama para que caliente la leche.
- Carla, ¿vienes conmigo a calentar el desayuno?
-Solo quiero que me sigas estrechando la mano.
Aún sigue de viaje.
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